Los archiduques vivieron largo tiempo en el palacio de la Toscana, en Viena, uno de los más ricos de Europa, hasta que la revolución de Bela Kun les obligó a huir de Austria, refugiándose en España, concretamente en Mallorca y Barcelona. Al proclamarse la II República abandonaron España y regresaron a Austria. El archiduque falleció el 2 de septiembre de 1931 en su país natal. De aquel matrimonio nacieron los archiduques: Raniero Carlos, fallecido en 1930; Leopoldo Salvador; Antonio; Francisco José; y Carlos Pío.

Elisa, Ildefonsa, Regina, Josefa, Micaela, Gabriela y Rafaela.

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El general Juan Pérez Nájera dio testimonio de una hermosa anécdota ocurrida durante la tercera guerra carlista, relatada por doña Blanca de Borbón al propio general. Juan Pérez Nájera nació en Castroviejo (Logroño) el 24 de junio de 1845. Tomó parte en los alzamientos carlistas de 1870 a 1872 y en enero de 1873 fue ascendido a capitán de las fuerzas castellanas. Obtuvo en Montejurra el empleo de comandante, en Lácar el de teniente coronel y en la frontera el de coronel, emigrando a América del Sur al finalizar la guerra. La anécdota, con la cual finalizaremos éste artículo, nos revela el talante y el egregio espíritu de la familia real carlista: 
"A todos los viejos combatientes de las huestes de la Tradición os tengo el mismo cariño, y esto desde una ocasión que coincide con los más remotos recuerdos de mi niñez. Me parece aún estar viviendo la escena: Me llevó mi madre la Reina Doña Margarita a una de sus visitas a los Hospitales Militares, creo que al de Estella. Yo tendría unos seis años. Entré de la mano de Mamá en una sala con una fila de camas a cada lado. En la primera que llamó mi atención había un hombre lleno de vendajes manchados de sangre, que casi le tapaban toda la cara y creo que las manos. Su aspecto era horrible y me retiré hacia la puerta instintivamente, en un movimiento de miedo. ¿Qué hace Blanca?, me preguntó mi madre. ¿Por qué no te acercas conmigo? Y como quiera que mi única respuesta fuera echarme a llorar, la Reina volvió a tomarme la mano y me dijo: Hay que quererlos, pobrecitos. Están así por defendernos y otros muchos murieron luchando por nosotros. Son muy buenos y dan su sangre y su vida por España, por tu Padre el Rey, por mí y por ti misma. Me hice cargo confusamente de aquello que oía y con esfuerzo sobre mí misma me acerqué a la cama. Mamá me tomó en brazos y me hizo dar un beso sobre la frente del pobre soldado, que acaso estaba moribundo".